ARTÍCULO DEL OBISPO PARA EL MES DE JULIO

ARTÍCULO DEL OBISPO PARA EL MES DE JULIO

El 26 de este mes se celebra la Jornada de los abuelos y personas mayores. Una jornada muy especial, pues hacia esa etapa de la vida nos encaminamos todos, unas veces con la debida preparación y conciencia, otras sin haber reflexionado sobre este tramo final de la existencia de todo ser humano. Por ello, aprovechando esta Jornada quisiera compartir con todos vosotros una preciosa oración que desde hace mucho tiempo circula por internet y las redes sociales, cuya autoría desconozco, pero que sólo con leerla destaca la sabiduría y la experiencia de los años de quien la escribió.

Dice así:

Señor, enséñame a envejecer.

Todo en la vida requiere un aprendizaje y mucho más cuando ese aprendizaje hay que realizarlo sobre conocimientos, experiencias, hábitos, actitudes y maneras de ser que se han forjado con los años y que nos han hecho independientes, autoritarios, impacientes, faltos de conformidad y resignación. Que nos han hecho peleones y combativos a salir adelante en las exigencias cotidianas de la vida.

Convénceme de que no son injustos conmigo los que me quitan responsabilidad, los que ya no piden mi opinión, los que llaman a otro para que ocupe mi puesto.

Saber pasar a un segundo plano, saber vivir la vida con humildad, aceptando las limitaciones que quizá no quiero ver o mi manera de ser me impide hacerlo. Saber aceptar, saber callar, saber ver con buenos ojos lo que los otros hacen, aunque no coincida con lo que yo haría, siempre y cuando estén en consonancia con la verdad, el bien, la honradez y la dignidad de la persona.

Quítame el orgullo de mi experiencia pasada, quítame el sentimiento de creerme indispensable.

Para ello, es indispensable comprender, respetar y aceptar que los tiempos, la cultura y los cada vez más crecientes avances tecnológicos cambian. Y esto hace que la vida sea distinta, que las costumbres se vayan adaptando y transformando. En definitiva, que otros tienen que coger el mando, que otros tienen que ir por delante. Y lo más importante, que nadie es imprescindible en nada excepto en el amor. Por ello, esta etapa final de la existencia del ser humano debería ser la del dar amor sin límites, la de derrochar cariño y ternura para con todos, especialmente con aquello que los afanes de la vida y las preocupaciones cotidianas los tienen atrapados en el egoísmo, en la avaricia, en la indiferencia, en la insolidaridad.

Señor, que en este gradual despegue de las cosas, yo sólo vea la ley del tiempo, y considere este relevo en los trabajos como manifestación de la vida que se releva bajo el impulso de tu Providencia.

Relevados en el trabajo, en las responsabilidades, en las ocupaciones, en las decisiones… Pero este relevo no significa que ya no sirva, que ya no pueda hacer nada, que me quede esperando la muerte. Este relevo significa que debo pasar a ser útil en otras situaciones de la vida familiar, social, religiosa. Por ello, hay que preguntarle al Señor, ¿qué puedo hacer?, ¿qué debo hacer?

Pero ayúdame, Señor, para que yo todavía sea útil a los demás: Contribuyendo con mi optimismo y mi oración a la alegría y entusiasmo de los que ahora tienen la responsabilidad.

La última etapa de la vida es la etapa del ejemplo sereno y meditado, de la paciencia, de la escucha, de la comprensión, del saber ver lo que sucede a nuestro alrededor intentando comprender el sentido de todo lo que sucede. ¡Qué importante es saber dar ánimo a las nuevas generaciones! Y junto con el ánimo, tomar conciencia clara del derecho a equivocarse de toda persona y, en esa equivocación, no lanzar un reproche. Tener siempre la palabra y el gesto oportuno ante quien se siente deprimido, cansado, incomprendido, decepcionado, para ayudarle a levantarse y a seguir en el camino de la vida con fuerzas renovadas.

Viviendo en contacto humilde y sereno con el mundo que cambia, sin lamentos por el pasado que se fue. Aceptando mi salida de los campos de actividad como acepto con sencilla naturalidad la puesta de sol.

Porque también en la vejez hay que seguir disfrutando de todo lo bueno, lo maravilloso y lo extraordinario que sucede a nuestro alrededor junto a las cosas de cada día, que no siempre serán buenas o de nuestro agrado. Es entonces el momento del ejemplo y de la virtud.

Finalmente te pido que me perdones si solo en esta hora tranquila, caigo en la cuenta de cuánto me has dado, y concédeme que, al menos ahora, mire con mucha gratitud hacia el destino feliz que me tienes preparado y hacia el cual me orientaste en el primer momento de mi vida.

Y antes de que cerremos los ojos a la luz de este mundo no olvidemos pedir perdón, porque a lo largo de nuestra vida siempre hemos tenido ocasión de ofender a muchas personas, incluido Dios. Porque pedir perdón es la mejor manera de vivir en paz aquí y ahora, y de alcanzar la paz eterna.

Señor, enséñame a envejecer así.